divendres, 28 de desembre del 2012

Con la cabeza bajo el ala

Argentina tiene varios problemas pero, sin duda, hay dos que me preocupan considerablemente y creo que no pueden ser objeto de estudio por separado: las grandes diferencias entre clases sociales y el alto nivel de vandalismo.

A lo largo de la historia siempre han existido dos estamentos en la sociedad: los opresores y los oprimidos. En la edad media los primeros eran representados por la nobleza que controlaba la vida económica, política y social, y en el colofón mas alto estaba el Rey quien ejercía la autoridad de forma absoluta. La gracia divina era la que justificaba esta concentración de poder y el clero quien se encargaba de adoctrinar al pueblo, la parte oprimida. Con algunos matices, esta estructura se mantuvo hasta finales del antiguo régimen (s. XVII), cuando el movimiento ilustrado rompió con estos estamentos y embriagó la sociedad del momento con nuevas ideas basadas en la evolución del individuo, la separación de poderes (ejecutivo, legislativo y judicial) o la estructuración de la sociedad en clases sociales que permitiría a estas, en mayor o menor grado, participar de la vida económica, social y política. Se acababa así la tiranía de unos pocos en contra de la mayoría oprimida. 

Sin embargo estas ideas, introducidas en el estado liberal, no parecen haber arraigado en nuestra sociedad. Los estamentos absolutistas son ahora clases sociales dominantes, y los estamentos oprimidos son clases sociales dominadas. 

Estas diferencias sociales se hacen evidentísimas en Argentina. Un país casi autosuficiente gracias a la riqueza de sus recursos naturales que, sin embargo, observa atónito como una gran parte de la población vive en la más absoluta miseria. Argentina parecía haber dejado atrás la crisis del 2001, pero un simple paseo por su capital y la provincia de Buenos Aries es suficiente para observar este contraste. Ahora el problema, por culpa de políticas poco acertadas, avanza hacia un final incierto y se traslada a otras ciudades –algunas bastante ricas como el caso de Bariloche- y provincias del país donde los saqueos de supermercados ya se han cobrado cinco vidas. 


Llegados a este punto encontramos la relación entre pobreza extrema provocada por la diferencia entre las clases sociales y el aprovechamiento de la situación por parte de los delincuentes. Este es un escenario en la que el vandalismo se encuentra cómodo y aprovecha para ofrecer su peor cara. 

No voy a culpar a la Presidenta Cristina Fernández de Kirchner ya que creo que la situación obliga a una reflexión que va más allá de este gobierno. Seguramente toda la clase política del país es partícipe y responsable de este contexto. Pero no se entiende que ante una situación tan crítica como la que vive el país, y que desgraciadamente nos hace retroceder hasta el 2001, la Presidenta que más ha utilizado los medios de comunicación a través de mensajes de obligatoria difusión, ahora no aparezca ante estos para dar las explicaciones, o mejor aún, las soluciones pertinentes a este problema. 

Finalmente, un apunte. Si la salud de la Presidenta es la que no le permite presentarse ante la sociedad y dirigir a mi queridísimo país, mejor dejar paso a otras personas. No vaya a ser que Argentina se quede de nuevo sin liderazgo.

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